“Translation is not a matter of words only: it is a matter of making intelligible a whole culture.” Anthony Burguess
No diré que ojalá la traducción fuera sencillamente pasar un texto de un idioma a otro, porque si eso fuera así, no desearía ser traductora. Lo bonito de esta profesión es, sin duda, el factor más humano.
El contexto es normalmente el siguiente: existe un emisor del mensaje en una lengua fuente. Dicho emisor quiere hacer llegar ese mensaje a un receptor pero no existe una lengua franca entre ambos, por lo tanto, para que el receptor logre comprender el mensaje, ha de estar en otra lengua, la meta. Aquí entra el traductor, que hace de intermediario en la comunicación. Pasando el mensaje de la lengua fuente a la lengua meta. Terminado el trabajo. Pasamos a otro.
Esta es la teoría, de una forma un poco deshumanizada. Sin embargo, nosotras lo vemos de otra forma.
Tras haber vivido en 4 países en un ambiente siempre muy internacional, he llegado a reunir un gran número de anécdotas en lo referente a la traducción. Pero recuerdo una en concreto de mi año en la República Checa.
Volvía de Praga en tren a Brno, en un tren nocturno que había tomado a las 23:30. En esa época del año, los días eran cálidos pero por las noches siempre refrescaba, así que cuando llegué al tren, le dejé mi mochila a mis amigos y fui al baño a cambiarme de ropa. Cuando ya había terminado, alguien llamó insistentemente a la puerta. Abrí, y me encontré de frente con una barriga uniformada, miré hacia arriba hasta encontrar el rostro, con gesto no muy amable, de uno de los agentes de seguridad de la compañía ferroviaria. Comenzó a hablarme en checo. En aquella época, mi checo era lo que yo llamaba “checo de supervivencia” pero está claro que ni siquiera a eso llegaba, pues no entendí nada de lo que me dijo. Él no hablaba inglés. Lo intentaba, pero apenas conseguía colocar tres palabras seguidas. “Follow me”, me dijo. No quería llevarle la contraria a alguien vistiendo ese uniforme, así que, con únicamente mi ropa de verano en la mano, seguí a aquel hombre.
Íbamos avanzando de vagón en vagón (mis amigos estaban en el último) y en cada uno de ellos se nos unían varios agentes más. En total, llegué a tener a cinco delante y cinco detrás. El tren paró. “Problemas de seguridad”, entendí. La gente se estaba comenzando a poner nerviosa. Ninguno de los miembros de seguridad del tren sabía inglés. Es decir, no teníamos una lengua en común en la que poder comunicarnos. Entendí que pidieron mi documentación y yo intenté explicar, en mi escaso checo, que estaba en el primer vagón (estábamos en el décimo). No me entendían. Al principio lo veía como una divertida anécdota que contar cuando volviese a España, pero en ese momento ya se había convertido en una tortura. El tren seguía parado, yo estaba cansada, nerviosa y solo quería salir de allí. ¡Cuánto daría porque una sola persona de estas diez que me tienen retenida supiera hablar español o inglés!
Saqué todo mi checo, perdido por cada rincón de mi memoria, para explicar que era una estudiante Erasmus, que había ido de visita a Praga, y que volvía a Brno porque al día siguiente tenía clase. “¿Y por qué no sabes checo?”, me preguntó una de las agentes de seguridad. Llevo semanas en este país, deme tiempo.
Mientras esperaba, mi idea del poder de la comunicación y el importante papel que juega la traducción tomaba más fuerza que nunca.
“Mi bolsa. Primer vagón. Mis amigos, allí. Mi bolsa. Primer vagón, allí. Mis amigos”. No me había vuelto loca, no. Esto era todo lo que podía decir en checo para explicar lo que pasaba.
Tras media hora de odisea, y 20 minutos parados en mitad de la nada, me dejaron regresar al primer vagón con la sola compañía del primer hombre. Recogí mis cosas, y me senté a esperar.
Si habéis leído esto hasta el final con la intención de saber qué pasó, siento decepcionaros, pero no lo vais saber. Porque yo misma sigo sin saber por qué me retuvieron a mí. Por qué vinieron a buscarme al baño. Por qué pararon un tren internacional en mitad de la nada durante 20 minutos por “problemas de seguridad” que tenían que ver conmigo. Por qué no me dejaron buscar a alguien que pudiera hacer de intérprete.
Seguramente la explicación es tan lógica como sencilla. Pero no la tengo.
Esto sencillamente me ayudó a no desviarme de mi camino: no quiero ser traductora. Quiero ser esa heroína sin capa en este tipo situaciones y en otras muchas. Quiero ser quien te haga llegar esa maravillosa novela. Quiero ser quien te permita entender lo que estás firmando. Quiero ser quien te ayude a vender tu producto en el mercado internacional. Quiero ser un soporte en la comunicación, no entre emisor y receptor, sino entre persona y persona.
Gema